miércoles, 24 de abril de 2013

La adolescencia me pone


La adolescencia es un periodo muy complicado: cambios en el cuerpo, en la mente, hormonas revolucionadas… Todo el que lo ve desde fuera opina que los adolescentes son algo así como hijos de Satán. Y es, al menos en parte, cierto.

Esta etapa es conocida por lo que los psicólogos denominan ambivalencia. Es, para que me entiendas, hacer y pensar cosas contradictorias todo el tiempo. Y esto causa mucha inestabilidad emocional, en el adolescente y en su entorno. Por eso todo el mundo trata a los jóvenes con recelo, con cierto miedo a que les de algún tipo de brote psicótico y tengan que llamar a la policía.

Pero la adolescencia no es sólo eso. Es una etapa en la que las personas se sienten llenas de energía, con ganas de hacer y deshacer cosas a su alrededor. Se viven deseos muy intensos, explosiones de actividad y una despreocupación por el futuro que no deja lugar a nada más que a vivir el momento. Y esa vitalidad es muy contagiosa. Por otra parte está el aspecto sexual: las cosas se viven de otra manera, hay mucha ilusión, nervios, ganas de experimentar… cosas que se van perdiendo con el tiempo.

La madurez acaba llegando, y poco a poco se va ganando estabilidad y complejidad en las ideas y las acciones, lo que es innegablemente bueno (imagina una edad del pavo eterna… ¡ufff!). Pero, ¿qué quieres que te diga? A mí, la adolescencia, me pone.

domingo, 7 de abril de 2013

Pokémon de mi corazón


Existen cientos de Pokémon ya, muchos más que cuando salieron a la luz en 1996. En su origen, estás criaturas inundaron el mundo a todos los niveles: Videojuegos, revistas, comics, televisión… Los niños jugaban sin parar, a través de sus dispositivos electrónicos o fingiendo ser entrenadores en el mundo real, disfrutando de cada momento y viviendo experiencias increíbles e importantísimas para un niño. Han pasado ya más de 17 años, y los personajes que protagonizaron mi infancia se han mantenido vivos en las consolas de las generaciones posteriores, llegándose a multiplicar de una forma inimaginable en las últimas décadas.

Los juegos han perdido ya su gracia, y los Pokémon no son lo que eran (A mí que no me compares a Pikachu, Charmander o Lapras con los nuevos monstruitos que han creado los de Game Freak). Aún así, está claro que no hay quien los derrote. Es, sin duda, una de las series de más lucrativas de todos los tiempo, y continúan vendiendo millones de videojuegos cada año para todos los soportes de Nintendo, incluyendo nuevos episodios para cada una de las consolas que salen al mercado.




Sin embargo, echo de menos aquel grupito de 151 Pokémon que me acompañó en la infancia, aquella maravillosa lista que empezaba con Bulbasaur y terminaba con Mew, y que todos los niños se esforzaban por aprenderse de memoria. Recuerdo las luchas en los gimnasios, las estresantes búsquedas para completar la Pokedex, la ansiedad causada por la cuenta atrás de la Zona Safari, o el profundo terror que te ocasionaba la inesperada aparición de tú rival cuando más débil estaba tu equipo.

El espíritu de los juegos se ha mantenido, pero claramente la magia de las primeras ediciones no ha llegado a los actuales compradores de videojuegos, más centrados en los increíbles efectos de imagen y la complejidad adquirida con los años de evolución de la saga. La última y muy gay evolución de Eevee, o la presunta nueva forma de Mewtwo son un claro ejemplo de cómo Pokémon ya no es lo que era.



Yo, sin embargo, seré siempre fiel a la saga. Y mantendré esa primera lista en la parte más friki de mi corazón.

miércoles, 3 de abril de 2013

Un café con Javs: El compromiso


“Hablemos del compromiso; del valor de la palabra, los tratos, los pactos, las promesas… ¿Hasta qué punto es importante cumplirlos y cuando puede hacerse una excepción?” Así comencé la conversación que tenía pendiente con Javs, un joven amigo que, sin embargo, es mucho más sabio que muchos de quienes superan su edad por décadas.

“Desde mi punto de vista, hay pocas cosas más valiosas que la palabra cumplida. Si yo te prometo algo y lo cumplo habré demostrado mi buena fe, un inquebrantable compromiso con mis ideas y te haré saber que puedes confiar en mí sin reservas”, le dije.  Tengo que reconocer que le propuse esta cuestión por motivos poco inocentes. Me había dado plantón el día anterior, y quería picarle un poco con el asunto. Sin embargo, y cómo siempre, Javs se mostró tranquilo al expresar sus ideas. “Puedo confiar en tu palabra, pero no en ti”, me responde. Así es él, le da vueltas a lo que digo para poder utilizarlo en mi contra. Y lo hace de miedo.

Javs insiste en hacer una distinción, una escala de grados en cuanto a los compromisos. Así tendríamos por un lado las cosas cotidianas y, por el otro, los grandes momentos en los que el cumplimiento de la palabra es realmente importante. Yo no estaba para nada de acuerdo, pues pienso que todos los compromisos son igual de importantes. “¿Confiarías en una persona que cumple sólo con las cosas importantes y te falla en el día a día?”, le pregunté. “¿Y en una persona que siempre hace lo que dice que va a hacer, salvo cuando es algo realmente valioso? Yo no, porque eso implicaría tener amigos para ir a vengar el asesinato de mi madre y otros para ir a tomar una coca-cola, y eso no me vale.”

Creo que Javs captó mi indignación porque su respuesta a eso fue muy cordial: “Obviamente hasta a las pequeñas cosas se les tiene que dar importancia”. Pero luego cometió el error de poner un ejemplo de algo que él considera poco importante para ilustrar su opinión original. Y no digo que su ejemplo sea erróneo, sino que no fue muy buena idea decírmelo a mí.

“Mientras estaba en bachillerato mi mejor amiga y yo estábamos todo el tiempo juntos. Ahora nos vemos menos, pero tanto ella como yo sabemos que estaremos cuando haga falta. Ella me puede fallar a veces y proponerme cambiar los planes para poder quedar con otra persona, y eso me jode, claro que me jode, ¡son planes! Pero le quito importancia porque no es algo que vaya a determinar nuestra relación.”

Tras respirar hondo, respondí: “Entiendo tus palabras, pero no estoy de acuerdo. ¿Por qué motivo querría alguien que te aprecia cambiar lo que te había prometido para hacer lo mismo con otra persona?” Javs siempre tiene una respuesta para todo y, cómo no podía ser de otra forma, me la dio: “Porque sabe que yo no voy a dar gran importancia a eso. A veces damos prioridad a otra gente, no porque sean más importantes, sino porque sabemos que con los otros hay confianza suficiente. Prefieres cambiar los planes con personas que no te van a fallar.”

“¡En mi idioma eso es ser un calzonazos!”, respondí. Aquí se hace evidente a lo que me refería al principio de la entrada con respecto a la madurez. Javs se ha tomado la conversación con calma y me ha estado contando sus ideas y escuchando las mías, mientras yo rebuznaba al otro lado del PC. “Por mucha confianza que haya, una palabra es una palabra. Si yo he quedado contigo para ir al cine, y se planta el puto Rey de España en mi casa a comer galletas, yo le diré que tengo planes y que si puede pasarse en otro momento. En algunos casos es imposible cumplir lo prometido, pero la mayoría de las veces la elección es libre.”

Tras calmar un poco mi mal humor retomé mi argumentación con más calma: “La idea que pretendo defender es que si una persona se ha comprometido a algo, y no hay nada que le impida cumplir su palabra, debería hacerlo.” “En eso estamos de acuerdo los dos”, responde Javs,  sin dudar. ¡Aleluya! Estamos de acuerdo en algo, esto sí que es un milagro de Semana Santa.

Lo siguiente que dice este chico es: “Lo que no veo bien es, por ejemplo, que la persona que sí le da importancia al cumplir su palabra sea de los que no la cumplen. Tú manera de pensar y actuar tiene que ser la misma.”  ¡Ja!, esta es la mía. Por una vez seré yo el que le dé una vuelta de tuerca al asunto: “Si yo siempre cumplo mi palabra y además valoro que tú lo hagas, y tú no eres así de estricto ni con tus promesas ni con las de los otros, ¿cómo vamos a llevarnos bien? Ni tú valorarás mis esfuerzos ni yo estaré contento con lo que haces.”

“Pero es que eso tiene que ir con uno mismo. Cuando yo cumplo una palabra lo hago por mí, no espero que la otra persona me lo reconozca. ¡Eso tiene que ser algo persona!” Este ha sido uno de esos hermosos y fugaces momentos en los que Javs muestra un poco de la ingenuidad que alguien de su edad debería tener. Angelito… “Y en cuanto a lo de llevarse bien, créeme, que eso no es un factor determinante. Es imposible estar con alguien igual que tú, con las disputas y los debates se aprende mucho. Son otras perspectivas”. ¿Ves? Ese efímero momento ya ha pasado.

Ahora me toca a mi rectificar mi postura, y para ello recurro a mis conocimientos de cuasi-psicólogo: “No hablo de personas totalmente iguales, sino con una forma de pensar similar con respecto a las relaciones. En relaciones de pareja, por ejemplo, está probado que si las expectativas que tiene cada miembro sobre la relación coinciden, esta tiene más probabilidades de éxito. Todas las relaciones se componen de dos personas que ponen en juego sus recursos para obtener el mejor negocio posible con los recursos del otro (ya sea compañía, sexo, dinero…). Si yo cumplo mi palabra, y tú no la tuya, me sentiré injustamente tratado.”

“Según eso, tu recibirías algo a cambio, ¿no? Te compensará”, dice Javs. Y no le falta razón, si recibes algo diferente de la otra persona puede que compense. Pero lo cierto es que no siempre sucede así: En el plan de Javs de llegar a un acuerdo entre las partes en cuanto al nivel de compromiso falla algo: que ninguno de los dos querrá ceder porque creerá que su posición es la razonable. Así se acaban muchas relaciones, en todos los ámbitos.

Mi amigo insiste en la diferencia entre los pequeños sucesos cotidianos y los eventos importantes, y yo sigo defendiendo que todo es lo mismo: “Las diferencias podrían estar en las condiciones en las que se incumple la palabra, más que en el objeto del compromiso. Si me es imposible ser consecuente con lo que he prometido, o te aviso con tiempo para rectificar, no es lo mismo que si no lo hiciera”. Aquí la conversación llegó a un punto muerto, porque cada uno creía firmemente en la posición que defendía.

Después de hacer algunas matizaciones más, Javs comenta: “Yo valoro más que se hagan las cosas sin el compromiso de una palabra, por iniciativa.” Y ahí no tuve otro remedio que darle la razón, aunque este será, con suerte, el motivo de otra larga conversación con este chico.

“Creo Javs, que ya está todo dicho”, le comenté después de más de hora y media charlando. “¿Algo más que añadir?” “Nada más”, respondió.

Independientemente del motivo de la conversación, siempre llego a la misma conclusión cuando hablo con Javs. Y es que conocer las opiniones de los demás, e intentar entender los pensamientos del otro, es algo muy valioso e importante. Pero en ningún caso significa que vayan a cambiarse las ideas de alguno de los interlocutores. El mundo es grande; las opiniones, diversas; y Javs y yo siempre estaremos ahí para buscarle los tres pies al gato.

Ese es un compromiso al que ninguno de los dos va a faltar.

Egocéntricos radicales


¿No te encanta la gente que anda siempre con el “Pues yo más” en la boca? “Pues yo más”, “Lo mío es peor”, “No sabes cómo estoy yo”. Egocéntricos radicales, los voy a llamar. Y es que hay personas que viven en una competición perpetua por quien tiene las vacaciones más largas, la pareja más cutre o las mejores notas. Cualquier excusa es buena para demostrar su superioridad en algo (o su inferioridad, disfrazada).

Los egocéntricos radicales son como los niños-burbuja, con la pequeña diferencia de que su burbuja es mental. Han delimitado un espacio personal en el que todo se magnifica, y aquello que queda fuera de su región particular no es digno de la más mínima atención. Al fin y al cabo, teniendo la vida más espectacular o la más difícil del mundo, raramente querrán centrarse en ninguna otra cosa.

Resulta irritante estar hundido en algún problema, contárselo a un amigo en busca de apoyo, y que te interrumpa con un “Eso no es nada, yo lo estoy pasando mucho peor”. Y es entonces cuando tu inquietud pasa a un segundo plano, y empieza a contarte todas las desgracias que le han acontecido en las últimas semanas (desgracias de las que te ha mantenido informado a tiempo real, pero que se molesta en recordarte para que no se te ocurra de ninguna manera anteponer tus preocupaciones a las suyas).  Deprimente.

Quiero creer que en algún momento estas personas cogerán perspectiva, y verán que son solo una pequeña parte del mundo. Importante, sí, pero pequeña. Ni los planetas, ni sus seres queridos, ni siquiera su propios problemas, giran a su alrededor. Y más vale que despierten pronto, o alguien tendrá que pincharles su burbuja.