Nos pasamos la vida hablando de los demás, (aunque muchos no
rechazan hacerlo sobre ellos mismos). Y es que las intimidades de las personas
nos resultan muy interesantes, e incluso útiles para sobrevivir. El que maneja
la información, gana.
Es por esto por lo que nos vemos obligados a guardar
secretos. Si los demás supieran ciertas cosas sobre nosotros, les daríamos una
ventaja nada despreciable en el juego de la vida. Y no sólo porque entonces
poseerían más información de la que debieran, sino porque tendrían la
posibilidad de comerciar con dicha información, y ponerla al alcance de todo el
que pueda pagar lo suficiente por ella.
La única forma eficaz de mantener un secreto a salvo es no
compartirlo con nadie. Ni siquiera el “Vale, a ti te lo cuento, pero no se lo
digas a nadie más” pone eso tan íntimo a salvo de nuestro entorno, siempre
sediento de chismorreos. Ya sabes que las noticias corren cómo la pólvora, así
que imagina como será si la información es íntima y jugosa.
Antes de permitir que la auténtica verdad salga de nuestros
labios, debemos medir los riesgos y el alcance de la información. Nunca se sabe
que indiscreto oído puede estar a la escucha.
No te engañes a ti mismo. No seas cobarde.
ResponderEliminarNo hablo de cobardía, sino de prudencia.
EliminarCiertamente se puede decir que la confianza da asco.
ResponderEliminarPero solo hasta cierto punto, eh. No vayamos a caer tampoco en la desconfianza hacia todo el mundo...
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